lunes, 31 de agosto de 2009

Simulacro 5 - II. Órbitas

Parece que esta no va a ser la historia que estaba esperando. Tampoco la necesito. Llevo ya unos cuantos buenos trabajos. Pero coño, algo me dice que aquí hay un buen relato, algo que merece la pena contar. Estos papeles no me dicen nada. He hecho unos cientos de kilómetros para estas frías anotaciones que no valen el esfuerzo. La agencia espacial, sí, muy bonita, pero esa restricción de no poder enviar los papeles por ningún medio... Joder, estos protocolos son estúpidos. Como si no supieran que corren más riesgo metiendo a un periodista aquí cada 20 años, que enviando un mail con informes insulsos cada 5 minutos. Pero bueno, ya que estamos le he echado un vistazo. Nombres de los tripulantes, fecha de salida y regreso del cacharro con el que partieron, objetivo de la misión, etc. Todo el mundo sabe esto a estas alturas. Lista de objetos personales: aquí parecía que podría encontrar algo, pero después de un rato repasándola nada. Entre medio un buen fajo de hojas con registros de la computadora: a las x horas patatín, a las x horas patatán, sube la temperatura un grado, presión estable, blabla... nada, un montón de líneas cuya característica más destacable parece ser la de que van todas seguidas, una detrás de la otra. Al final algunos documentos gráficos, muy bonitos así en blanco y negro sí señor. Fotos de la salida, del interior, de la comida y los aparatos, de los hibernaderos, ...

Me voy a dar una ducha y quizás salga a tomar algo. Mañana vuelvo a casa. No se si seguir con esto y contar una historia tonta sin más, si decirle al jefe que se lo deje a algún becario... no se. O quizás debería contarlo objetivamente, dejando en el aire el misterio de por qué se lanzaron al vacío dos astronautas que llevan casi un siglo fuera de casa. Seguramente no lo sabremos nunca, estarían hasta los cojones o algo. Yo lo único que se seguro es que mañana me compraré esa chaqueta alucinante que vi en un escaparate justo antes de coger el taxi. Pero sí, quizás ese sea el enfoque, aunque sea una columna del montón. No pasa nada tampoco, no todos los artículos tienen que ser impactantes. A lo mejor basta a veces con hacer un buen trabajo y redactarlo de puta madre, además de que tu firma le suene a premiada a los colegas del sector. ¿No he leído yo muchos artículos así? Resultan rigurosos, sólidos, aunque tampoco te aporten nada. Así empecé y luego fueron surgiendo las cosas. Ahora me puedo permitir cargarle esta habitación lujosilla a la editorial y no dar explicaciones a nadie. Por ahora voy a salir de aquí, aunque reconozco que me quedaría cenando y viendo una peli encantada.



No falla. Justo un segundo después de disfrutar un ligero aroma a tabaco me ataca un hilo de humo directamente a los ojos. Le miro y se da cuenta. Cambia de situación el cenicero tras dar una ligera calada. No está mal este sitio para estar en el centro. Gente de aquí, del lugar, tomando algo después del trabajo, quedando con los amigos o esperando a alguien. La música es buena, coño, justo lo que necesitaba, un poco de rock del de toda la vida a un volumen moderado. Y voz femenina. Y la cerveza es buena, después de la caña me pido una jarra, aún me queda un rato hasta acabar el periódico. El camarero parece amable. Hace lo posible por no molestar mientras pasa la balleta secando la barra. Pide disculpas sin más y me giro leyendo hacia un lado. Levanto un poco la vista, casi sin darme cuenta, y veo una pareja que charla al fondo, junto a la puerta. Es curioso como al verles me viene a la cabeza mi última relación. Es, como fuimos nosotros, una pareja más, que se conoce, se gusta, se cae bien, pero están juntos sin tener la obligación de estar. Si no se hubieran conocido estarían con otra y otro, simplemente. O quizás estoy proyectando, como siempre, mi vida en la de los demás, sin conocer, sin saber. ¿Y si se me escapa a mi el motivo por el que la gente hace muchas cosas? En el periódico hay muchas historias que no comprendo. Como en los artículos de sucesos, tristemente habituales: parricidio, atropello, manifestación con altercados, robos. Y lo mismo con el resto de cosas que leo: entrevistas, artículos sobre cosas por mejorar, cosas que van bien o mal. ¿Quién sabe por qué siquiera estoy yo haciendo esto? ¿Por el dinero? ¿Porque me gusta mi profesión? Tal vez. Lo único que se realmente es que en la universidad fue la vorágine de que se me daba bien y le echaba horas. Empecé a colaborar aquí y allá... supongo que eso significa que sí, me gusta a lo que me dedico. Pero sin duda la más sorprendente es la sección de contactos. Da la sensación de que salen los mismos anuncios en todos los periódicos, pero en realidad es en cada uno de ellos donde uno siempre encuentra algo de peculiar. Yo jamás haría una cosa así, y sin embargo hay mucha gente que se afrece para esto o aquello, relaciones esporádicas, matrimonios de un día para otro, todo tipo de sumisiones sexuales, ... la gente quiere invertir su tiempo en este tipo de cosas. ¿Y por qué no? Quizás esto me pasa con el suicidio de estos astronautas en Júpiter, que yo no comprendo lo que han hecho pero quizás tienen un motivo un poco mejor que otro, o igual de bueno. Pero todo podría resumirse en ¿Y por qué no? Quedaría muy cutre en el artículo orientarlo de esa manera. No es alguien buscando echar un polvo todos los sábados por la noche. Tiene que haber un porqué, ha de ser algo más concreto y profundo. Sería patético caer algún día en ese tipo de enfoque. Puedo escribir muchas cosas hoy día, pero si escribiera algo así caería en picado en la redacción por lo menos hasta que volviera a dar un buen campanazo.



Hora de dormir. La cama es grande y cómoda. Despertador, coleta, aire acondicionado y lista. Los papeles de la agencia siguen sobre la cama y los dejo en el suelo. Tengo al menos 3 pares de zapatos que combinan con la chaqueta. Mañana será otro día. Me llevaré los papeles si no se me olvida porque queden escondidos bajo el edredón por la mañana. Pero haré mejor en trabajar un poco en mi libro con el portátil. De todas formas, sea como sea, tengo material para escribir el artículo de muchas formas. Dentro de dos días tengo la entrevista con los familiares de él, quizás me puedan contar algo que sepan por sus padres o por sus abuelos, pero no espero sacar gran cosa. Los de ella ya me proporcionaron un elemento dramático, plagado de recuerdos familiares y homenajes póstumos; poco más. ¿Salgo por la mañana o me quedo a dar una vuelta, como y me marcho? Me quedo, no tengo nada que hacer ni aquí ni allí, y aunque no debería comprar nada más no me hará ningún mal mirar algún que otro escaparate. Así que ¿por qué no?

Sigo sin poder dormir y han pasado por lo menos 2 horas. Me incorporo y me lamento por no haber traído el libro que estaba leyendo. Si me pongo con el portátil no dormiré, y odio dormir por el día si no es porque he estado por ahí bailando y de juerga. Los papeles de la agencia no es que tengan mucha narrativa, pero seguro que aún así son un somnífero de primera. Abro el documento por la mitad y ahí están, era cuestión de probabilidades, las anotaciones del ordenador. Palabras que no entiendo y entre corchetes o numeradas, indicaciones del propio ordenador: verbose, warn, 30UP, set/get 20013... Entre medio frases legibles. Es muy difícil siquiera seguir el hilo. Cada sentencia se refiere a cosas muy dispares: temperatura, registros, presión, comida, propulsión, uso del laboratorio. Hay por aquí algunas sentencias separadas pero de alguna forma continuadas sobre la muerte de Lint. Cuidados médicos, tratamientos, presión sanguínea, pulso, temperatura corporal, actividad cerebral... De pronto me siento totalmente despejada y veo, con asombro esperanzador, algunas sentencias sueltas que dicen: registro de voz. ¡Claro! Tienen que estar estas grabaciones en alguna parte ¿no? Si consiguiera ordenar estos cientos de líneas quizás sacaría algo en claro, pero es evidente que aquí falta mucho material y si no resultó ser irrecuperable tienen que tenerlo los de la agencia. Está claro que me toca levantarme temprano. Llamaré y volveré a reunirme con aquel tipo. Pero desvelada como estoy va a ser mejor que encienda el portátil y me ponga a ordenar algunos datos de esta interminable lista. Quizás así pueda ir mañana con las ideas más claras sobre qué les tengo que pedir y por qué.



El agradable hombre que me atendió ayer me ha enviado a hablar con otro tipo. Y ahí está, reclinado en la silla, enmarcado entre dos grandes monitores, mirándome y esperando a que le diga qué coño estoy haciendo allí, supongo. Le digo para qué he venido. Me dice que ya lo sabe, que le diga qué quiero. Es un tipo atractivo, sin duda. Le comento que estuve revisando los documentos que me dieron durante toda la noche. Es mentira, claro. Me dormí veinte minutos después de empezar a ordenar sentencias de regulación de temperatura cronológicamente. Está claro que era tarde y estaba bastante espesa. ¿A quién se le ocurre empezar por los datos de temperatura? Sin duda debe ser lo menos relevante, pero... "Bien" me dice. Me comenta que efectivamente tienen "logs" más completos que esos, pero que son tan exhaustivos que es un trabajo interminable tratar de analizar aquello. Le pregunto por los registros de voz. Ni un gesto, sé que le he sorprendido, pero no ha parpadeado lo más mínimo. "Es material restringido de la agencia, al menos por el momento." Estoy empezando a cabrearme. Resulta que estos tipos tienen todo el material olvidado y yo que estoy tratando de contar al mundo qué es lo que pasó con aquellos tipos en el espacio no tengo acceso a pesar de que está claro que va a estar cogiendo polvo durante los siglos que tarden en tirar todo aquello. Se lo digo de una forma algo más diplomática, pero exigente. Ha sonreído. "El material no está impreso, no todo. Lo que le dimos a usted es todo de lo que disponemos en papel, el resto se encuentra todavía digitalizado." Vuelvo a insistir en las grabaciones de voz, en si pueden existir también vídeos de a bordo. No responde. Me cabreo mucho y me levanto para irme. A dos pasos de la puerta me doy la vuelta y el hijo de puta está mirando fijamente una de las pantallas de ordenador y hace mención de ir a teclear algo. Así que voy y le digo que qué piensan hacer con ese material, que si les parece que yo pueda contar algo y que en esos registros tiene que hallarse el motivo del suicidio. Le pregunto directamente qué es lo que encontraron en la nave cuando aterrizó. Finalmente, le ataco personalmente pues recuerdo que me han dicho que él es el responsable de investigar lo sucedido para la agencia: "hace su misma tarea, pero para la agencia" dijeron exáctamente. "¿A qué conclusiones ha llegado ya, si se puede saber?" termino.

Se ha quedado mirándome desde el principio, pacientemente, y sólo se ha reclinado de nuevo cuando he parado de hablar. Y entonces me pregunta "¿Qué cree saber exactamente sobre el caso? Te haré una pregunta mejor ¿Cuánto tiempo crees que vivieron John y Anita Andrews ahí fuera?" No entiendo la pregunta, no se de qué coño va este tipo ahora, y encima me ha tuteado él primero. Le respondo que a qué viene esa pregunta, que ese dato sale en los periódicos con sólo ver las fechas de salida y regreso de la nave, exceptuando el tiempo de travesía de Júpiter a La Tierra. Y entonces me deja helada: "Voy a darle una pista" ¡Será bastardo! "John y Anita vivieron en aquella nave entre un día y menos de cerca de noventa años. Piense en ello y cuando vea que ha trabajado sobre lo que le dimos todo lo que pueda, vuelva y quizás pueda ayudarla en algo." ¡Seré estúpida! Me quedo totalmente avergonzada. Ni siquiera me he parado a pensar en aquello. ¡La hibernación! Realmente no tengo ni idea de cuanto tiempo estuvieron despiertos, es decir, de cuánto tiempo realmente vivieron en aquella nave. Mi silencio ha hecho mella, obviamente, en nuestra posición relativa en este caso. Trato de disimular y le digo que haré que le pidan esos registros de voz por escrito desde la editorial. Me marcho. Al salir por la puerta noto un cansancio brutal. La verdad es que he dormido poco, pero el impacto de verme tan cláramente humillada, de haber necesitado ver mi estupidez multiplicada por cien para darme cuenta de ella, me ha desatado tal taquicardia que, al contenerla, me ha dejado exhausta. Voy al baño. Coleta, lavado de manos y cara, urinario, lavado de manos y cara. Abro los ojos tras el paso de la toalla, y me quedo mirándolos frente al espejo. Antes era mejor, podía pensar en chaquetas y viajes pero mantenía la concentración en el trabajo. Necesito salir a la calle, airearme y proyectar cómo ser la de antes. Casi no me apetece ni andar así que me acerco a una plazita que hay enfrente con bancos y algún que otro árbol. No, no es eso. Sí he estado concentrada. Coño, si ni siquiera he disfrutado apenas de la ducha o de la jarra de cerveza. Ni siquiera podía dormir. De una forma u otra siempre acabo pensando en el trabajo. Lo que había ocurrido es que estaba demasiado centrada en mantener mi posición. Había perdido la humildad sin darme ni cuenta. Pero ¿qué posición? Una posición de mierda es lo que intentaba defender, me lo ha dejado bien claro aquel tipo.



Por fin estoy acabando el artículo. Me ha llevado dos semanas más, el tiempo que me había puesto de límite la dirección. Pero el resultado creo que lo merece. Va a ser todo un éxito o eso al menos es lo que espero. He releído tantas veces todas las líneas que casi puedo hasta canturrearlas de 9 o 10 formas distintas. Si por mi fuera, esta historia no quedaría así. Me he dado cuenta de que mi intuición iba por buen camino. Aquí hay una historia que se esconde de todos nosotros, pero que debe ser por lo menos conmovedora, seguramente alucinante, quizás aterradora. Los Andrews habían vivido unos 40 años en aquel viaje por el espacio y finalmente habían decidido que no regresarían a La Tierra, que su camino terminaba donde de alguna forma había empezado tras la hibernación: en el espacio. Tampoco sabemos si cuando salieron de la nave estaban todavía vivos, o si lo habían programado todo para cuando estuvieran muertos. Con poco más material de con el que volví de la agencia he confeccionado esto. Y con algo de ayuda de él, que me trajo personalmente documentación que habían desclasificado. Incluso echamos unas cervezas y nos reimos de nuestro primer encuentro. Creo que quedé prendada de aquel tipo frío cuyas palabras me alertaron de que no iba por el buen camino, de que aquello no era lo que quería. Al principio le odié, obviamente. Pero tras hablar nuevamente con él me di cuenta de que me atrajo desde el primer momento. Espero que no termine todavía la relación. Aunque tan sólo somos amigos la verdad es que estamos en contacto más a menudo. No se, tengo la corazonada de que con el enfoque sincero, aquel que había despreciado desde mi pedestal, voy a conseguir acercar la historia, lo que se sabe de ello, a mucha gente. ¿Y por qué no? Los amantes de Júpiter... quizás algún día sepamos por qué decidisteis que vuestra tumba trazaría aquella órbita. Yo al menos ya se cuál es la mia, tras haber estado cerca de perderla de vista.

Simulacro 5 - I. Viaje de negocios

Aquel café le estaba revolviendo las tripas. Peor aún, estaba dejándole mal sabor de boca y odiaba tenerlo cuando estaba en medio de una conversación. No hablando de nada serio. Simplemente pasando el rato. Pero era una incomodidad más sumada a la incomodidad general y nunca se le había dado demasiado bien tener un diálogo de aquellos de matar el tiempo, con los temas intrascendentes y aquellos silencios que, si bien ya había aceptado como algo inevitable, sobre todo considerando su propio carácter, nunca había conseguido llevar con tranquilidad. La Para estar callado siempre había preferido estar solo, porque así podía estar a lo suyo, en su ovillo, sus pensamientos, ya que habitualmente estos no tenían nada que ver con el momento ni con su contertulio. Y la verdad es que no tenía nada en común con este último. Sólo el trabajo.

Raimond era un inepto, pero al menos era bastante dicharachero. Cuando a alguien le fascina un tema, en ocasiones es un alivio, porque se da un monólogo apasionado que entretiene y que desintegra los minutos como si nada. Además, siempre cabía la posibilidad de que fuera un asunto realmente interesante y que uno no se había detenido demasiado a considerar. No era el caso, pero le resultaba muy cómodo tomar el papel del oyente atento y, por otro lado, podía tomarse tranquilamente aquel aberrante mejunje al que llamaban café en aquella aburrida estación espacial de plastiquete y colorines primarios, sin tener que mediar palabra. Así pensaba mientras desviaba la mirada de los pechos de la camarera que caminaba en el piso de arriba, o de abajo, según se mire, y cuyo generoso escote, producto de un uniforme coqueto y sugerente de la compañía de catering, pasaba ahora justo por encima de sus cabezas. Tras un fugaz gesto de asentimiento hacia su colega clavó su mirada ahora hacia lo profundo de la galaxia a través de la ventanilla. Fue consciente, extrañado, de que un nerviosismo leve había brotado en él.


Imagen de Jorge Cárdenas Aceves http://www.pintoresmexicanos.com/jorgec/

Entonces Raimond le advirtió de que el eje estaba girando y podrían observar al fin la faz del mayor gigante frío del sistema solar: Júpiter. Era su turno, y durante 2 horas tendrían ese magnífico privilegio, que luego pasaría a ser del siguiente módulo: el VI-A. No esperaba sorprenderse demasiado. Lo habían visto tantas veces en cientos de fotografías, vídeos, etc. Pero se encontró con la tentación de llevarse la punta de los dedos a la boca y mordisquearse las uñas, cosa que había conseguido evitar ya desde hace algo más de dos años. Dos años, 2 meses y 16 días: se lo propuso en aquel fatídico día, el 3 de marzo, en que ocurrió todo al revés, aunque nada de aquello fuera importante. Entonces se decidió a ser un perfeccionista, a comerse el mundo. Definitivamente, estaba inquieto, pero se contuvo. ¿Qué era aquel absurdo nerviosismo que le recorría ya todo el cuerpo, invitándole a levantarse? No entendía a qué se debía. Podía ser por la sensación de estar perdiendo el tiempo sin poder evitarlo, allí encerrado tan lejos de casa. Tal vez no había un motivo lógico, simplemente un momento de inquietud. Hizo ademán de levantarse y se sentó de nuevo. O probablemente algún efecto de los periodos de aceleración. Notó un sudor frío en la frente y parpadeó tratando de abrir los ojos al máximo durante un segundo. No, seguramente le habrían contagiado algún virus con el maldito aire reciclado. Se apoyó, conteniéndose y cada vez más pálido, con la cabeza en el brazo apoyado en la ventanilla, sintiéndose algo aliviado al concentrarse en el exterior, pero sintiendo a su vez ganas de abrirse hueco más allá de lo que le ofrecía el módulo. Quizás... quizás era la promesa de flotabilidad de aquella membrana negra alumbrada por doquier que absorbía sus pensamientos.



El módulo hizo su primera parada, más bruscamente de lo que uno esperaría, y eso le trajo de vuelta y comenzó a encontrarse mejor. Tenía ahora delante al segundo mayor astro del sistema solar. Se convenció de que la vista sí era impactante. Con un tercio del enorme cuerpo celeste ocupando todo su campo de visión podían apreciarse perfectamente las bandas de colores y sus remolinos. Pero en seguida se adueñó de su mente la inevitable crítica contra todo que le acompañaba siempre. Comenzó a lamentarse porque él hubiera preferido ver el planeta completo de un vistazo. Se dió cuenta y se dijo "No piensas más que tontadas, déjalo estar". Eso sí (continuó, sin darse cuenta, con su pesimismo) lo que le pareció una estupidez cuando vió el panfleto de la agencia de viajes fue el tema de los amantes de Júpiter. Siempre le parecía que era un tema sobreexplotado que al fin y al cabo había desvirtuado el auténtico valor que pudieran tener aquellos cuerpos muertos condenados a girar y girar en el espacio. Ya nadie buscaría un motivo a que aquella pareja muriera en vano. Lo habían convertido en un fenómeno turístico, en una visita obligada, en algo que contar al volver a La Tierra, sobre lo que en realidad no se tenía ni puta idea. Pero en el fondo lo que le jodía era que se estaban beneficiando de aquello y él no estaba metido en el ajo. A Raimond en cambio parecía emocionarle mucho el tema y, con un gesto un tanto infantil, acercó la cara agachándose un poco al nivel de la mesa para mirar por la ventanilla y señalar con un dedo puntiagudo, afeminado, una nimia sombra que paseaba ahora sobre el gigantesco cíclope.




Ahora los monitores de la sala mostraban un primer plano oscuro de los cascos. En efecto aquellos puntos negros de la lejanía eran personas. Llegó a apreciarse en la pantalla un poco del lateral de la visera negra de uno de ellos. El de la izquierda, era el de ella. Y entonces vieron a un hombre, un cuerpo reventado del que brotaba sangre, alejarse del aparato. De nuevo aquel fenómeno inexplicable. Por lo menos ya en 15 ocasiones se había suicidado algún infeliz en un intento de unirse a la triste procesión de aquellos astronautas célebres. En todos los casos eran actos calculados, planeados, concienzudamente preparados desde meses atrás. Pero ninguno había conseguido orbitar entorno al gigante con el desdichado matrimonio. Todos acababan sus días precipitándose hacia la superficie de Júpiter. En este caso, tras el rumor inicial que se alzó en la sala, el cuerpo muerto fue capturado por un brazo hidráulico y traído de vuelta. Ya lo habían advertido en los medios, que no se permitiría más aquello y todos los cuerpos serían recuperados con aquel mecanismo. En seguida calló el rumor y la gente siguió aprovechando los pocos minutos de que disponían para ver aquello.

Y ellos, inconscientes de que eran observados por turnos y de que incomprendidos desgraciados erraban una y otra vez en su salto al espacio, seguían su avance lento y cíclico. Negras siluetas enanas sobre el planeta, quizás en un horrible rictus sus rostros tras la visera, cogidos de la mano.


Io y Europa en doble tránsito alrededor de Júpiter.


El módulo giraba ahora y los del piso contrario se acercaban ya a las ventanas mientras Raimond trataba de seguir viendo la escena hasta el último momento. Para él en cambio fue un alivio volver a contemplar el negro espacio plagado de estrellas. Pero le invadió de nuevo aquella sensación de atracción, el nerviosismo que le advertía de que debía ocuparse de algo, como si aquello no estuviera vacío, sino al contrario, como si fuera a arroparle el negror que saturaba el entorno allí fuera, amenazante. Quizás era aquello lo que atrajo a los amantes y al resto a salir de las naves. Aunque algunos habían sido investigados y parecía haber cierto fanatismo paranormal en común. Quizás pensaban que junto a ellos encontrarían la paz eterna o que sus almas irían a parar a algún sitio inimaginable, que los amantes eran de alguna forma profetas y los que se unieran a ellos los elegidos. O quizás... quizás era la promesa de flotabilidad de aquella membrana negra alumbrada por doquier.

Consiguió liberarse de aquello, desviando la mirada al interior de la nave, y la vulgaridad del ambiente le devolvió su apatía, su frialdad y su desdén. En cualquier caso, aquel viaje estaba siendo una pérdida de tiempo y no creía que con Raimond de por medio fueran a conseguir cerrar el negocio por el momento. Dentro de un par de horas estarían ya de vuelta hacia La Tierra y se reunirían por fin con el directivo de la otra empresa en el restaurante de la estación. "Tómatelo como unas vacaciones" le dijo su novia. "Pues vaya mierda de vacaciones" pensó.

domingo, 30 de agosto de 2009

Simulacro 3 - Triunfar en la vida

Me costó entenderlo hijo mio. Al principio traté de dar una explicación racional, algo que comprendiera, del mundo en el que había nacido. Luego las evidencias se apoderaron de mi oxígeno, perturbaron todo mi andamio y en mi delirio me encomendé a lo sobrenatural, a un complot, a secretos familiares inconfesables, que de ser revelados me causarían un gran dolor. Todo valía para justificar tus delitos, los más graves si fuera a mi juicio.

Pero lo hice toda la vida, sin darme cuenta. Cuando tenía que explicarte todo. ¿Recuerdas? Cuando sólo eras un niño y no comprendías, y yo te explicaba, siempre enfocando todo con el cariño, los sentimientos y las buenas intenciones. Y tú... te enfadabas. Y yo extrañada me equivocaba una y otra vez, sabiendo que algo en mi interior me gritaba que no era ese el motivo. ¡Qué chico tan sentimental! - me decía.

Pero comprendí una de dos. Por fin me puse en tu piel y vi que con lo que naciste es con lo que vas a llegar hasta el final por conseguir lo que quieres, y yo soy la última pieza del puzzle. He visto que en realidad te enfadabas porque no comprendías y tu orgullo, tu imponente amor propio, te hacía castigarte a ti mismo y considerarte inepto. Luego, poco a poco, te diste cuenta de que los demás no finjían. O al menos, tú eras uno de los pocos que lo hacían. Te diste cuenta de que podías aparentar la normalidad y aprovechar esa circunstancia para vivir en la sombra, formando tu mente y el frío mapa de lo que sería tu vida año tras año, mes tras mes, perfectamente tramado.

Primero viviste aquí y allá y se hicieron borrosos los recuerdos de los que conocieron a aquel chico tímido, amable, que a veces cometía errores y luego se disculpaba entre lágrimas. No más amigos. Luego fue tu familia. Acabar con la pieza más fuerte del tablero era el primer paso lógico, como lógico era hacerlo a distancia, pues aunque ganaras en un enfrentamiento directo tenías más que perder que usando, como lo hiciste, veneno. Con tu hermana fue más sencillo, aunque patético. Un simulacro de robo y tú presente. Te quedaste probablemente en la puerta. Por si salía mal huir, por si salía bien comprobarlo.

Y ahora he comprendido la otra. Esperabas esto. Mis reacciones emocionales ya estaban cuantificadas y consideradas. Quizás no esperabas este último paso. Quizás pensaste que en la maraña de sentimientos y contradicciones jamás se podría tomar una decisión medida e inteligente. Pero ya he entendido que huir no servirá de nada. Tú sabías que sería un estorbo. Que al principio sería el asombro y luego la desesperación, seguida del despecho del abandono, la incomprensión y el rencor. Incluso se te escaparía una risa cuando pensaras en frases que posiblemente hubiera pronunciado años después: "No le perdono, pero no le odio. Es mi hijo, no puedo odiarle." Lo sé, no me mientas. Lo pensaste. Y te reiste.

Pero ahora ya veo que la opción de la enfermedad no es la correcta. Los enfermos fuimos los sanos y seremos sustituidos por los que son más capaces. Ahora bien, he vuelto y te lo pondré fácil. Quédatelo todo y juega al más fuerte. Si ganas habrá merecido la pena, y si aún estuviéramos en este mundo seríamos los padres orgullosos porque ganaste aunque no entendamos las reglas. Pero eso a ti te da igual ¿verdad? Bien, pues espero que te sirva y aquí me despido. Usa bien y aprovecha la fortuna que ganamos con nuestro sudor, porque quizás sea tu única oportunidad de llegar a lo más alto aplastando enemigos. Sonríes, pero ahora distinto, has visto que me he puesto a tu altura. Pero no te confundas, es sólo que lo he entendido, pero no lo comparto. Ahora que el mundo ha cambiado habrá ya muchos como tú, y aunque si por mi fuera no venceríais, se que no es posible. Ahora que os habeis dado cuenta de vuestro potencial y comenzais una nueva etapa, en el nicho que poco a poco os procuramos, que os procurasteis, suerte en el juego, hijo mio. Sé que sólo quieres, como quisimos todos, triunfar en la vida.

jueves, 25 de junio de 2009

Simulacro 9 - Aplicación del manifiesto

Palabras. Ni humo. Sólo abstractos, dioses y vacío. Sí tienen mucho más impacto la descripción de las verdades y las mentiras en vuestras vidas, pero el legado de la historia siempre deja por recuerdo valioso los hechos y los ingenios intemporales. La irrealidad, tratada como verdad, no retrata nada valioso sino un aburrido enfrentamiento contra uno mismo. Equivocarse y no saber porqué lleva a los trotamundistas a creer que no estaban equivocados. Y eso los hace detenerse en tontas riñas, en desenmarañar disputas. La poesía, la música y otras formas de lenguaje tienen más objetivo que el de tratar de atrapar las incompresiones que describe la mente subjetiva y simplista de quien padece los hechos.

Sin embargo, quien trata los enrevesados caminos de la mente como algo inmerecedor de mención para un humano, por su propia complejidad, por lo inhóspito que es el trazado de nuestros actos, recae en que obtiene más regalo en describir dos cosas: la verdad y la mentira absoluta.

La verdad la dejaremos para los libros de texto, para los estudios polvorientos, imposibles de apartar de su propio desorden cuando noche tras noche ponen orden en la mente de quien remueve los volúmenes inacabables y gasta tinta para crear esquemas y redes de imágenes en su mente, quien trata de atrapar los meses, años y siglos de evolución del conocimiento en tan sólo unos días, unas horas, haciendo su vida un poco más inmortal, pero a pesar de todo finita. También tiene la verdad la capacidad de narrar los más increíbles hechos, pero no por ello menos ciertos, y estos despiertan siempre recónditas concavidades de nuestro ser, el cual al ser depositado en ellos atisba planicies inexploradas, abiertas, que nos permiten abrir fabulosas brechas hacia sorprendentes mentiras absolutas.

Si la verdad nos permite viajar de arriba a abajo, a todos los estratos que conforman la realidad, incluso a los que no podemos ver, oír ni sentir (mucho más
numerosos), la mentira absoluta es viajar transversalmente y crear otros espacios, otras verdades, que tejemos instantáneamente en nuestras mentes dotando a la vida no de un valor multiplicativo, sino esta vez de nuevas magnitudes que se excluyen de las ecuaciones que relacionan aquello que es cierto. Por eso y para eso existen los textos incomprensibles, las películas inaprehendibles, la música, cuando es música. Sacar cosas que el subconsciente quiere irremediablemente relacionar, a pesar de parecer absurdo, ideas que casan con sentimientos, colores y formas, con temperaturas y recuerdos, deseos de gloria y de olvido, además de la explosión en que consiste desbaratar nuestra encajonada perspectiva del mundo desvirgando la idea de infinito y también, igualmente adrenérgica, la de vacío... eso es soñar despierto trotamundista. Y si lo haces bien, quizás llevarás a la gente, no a entender esas íntimas lejanías, sino a crear sus propias telas de araña de lo abismal que reside en el individuo.

Y así es como todo forma una esfera de tensas cuerdas que vibran reclamando
ser las escogidas. Unidos esos dos grandes mundos, el de la conciencia y el
de los hechos, por ínfimos y elásticos hilos innumerables.

Así que escribe tus viajes, los verdaderos. Estoy harto de tus mentiras. Sólo historias, desenlaces y hechos, sentimientos que todos conocen, que todos hemos vivido, que no aportan sino lo mismo que el que se te caiga un naipe durante una partida... ¡Necesito tu mente, tus pensamientos más locos y movedizos, absorbentes, que hurtan mi intelecto para dejarme embobado! Las torres más difíciles de escalar, pero las más divertidas, serán aquellas que se sostienen pero tiemblan constantemente amenazando con derrumbarse, si te vale el símil. Esto te pido, que o bien describas sistemas o bien crees los más inverosímiles antisistemas inexpugnables para el saber, pero apuntados de alfileres imperceptibles que
me hagan cosquillas al momento, me duelan con el paso de los días (como una bola puzante en el estómago que tragué quizás a disgusto), y al fin sean como un estruendo o como un remordimiento, una de dos. Y que ese recuerdo incómodo de aquel viaje me haga querer repetirlo, releerlo o escucharlo una vez más. Que sea capaz de quebrar lo programado de mi tiempo, lo selectivo de mi atención, para querer que vuelvas a expresarte y yo estar ahí para querer abrazarte y besarte porque hayas despertado lo que de verdad mueve a este conglomerado de células vivas y muertas que está escribiendo esto. Y no es que yo exija demasiado, tampoco es que sea yo la lumbrera. Eres tú el que debes dar al menos un poquito de lo mejor de ti, tan sólo un poco. Pero será imposible si ese poco que des no es cierto, si son sólo palabras huecas, si no llegan al menos a lo que yo llamo, idea prestada que me ha sido de gran ayuda, un simulacro.

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(Como todo simulacro, este parte de un deseo egoísta, y para que quede claro
pondré unos ejemplos, porque ya que escasean este tipo de producciones, las
que me gustan, a ver si alguien despierta y me descubre alguna o la hace.)

En resumen, la lágrima y la risa se olvidan pronto, aunque quizás venden mucho.
Busca un ¡hostia!, un ¡joooder!, un ¡coñoo...!, un "pffff", un "pues no se...",
un "pero que demonios!!", un "no se que es... pero... buf",
algo que deje absorto, pero sobre todo que remueva algo, indefinible, que quede intranquilo.
Ahí tus palabras habrán cobrado sentido y quizás se hospeden en la mente de otros unos días, unos meses, o toda la vida. Los que busquen lectura fácil no la tendrán, pero dará igual su criterio. Son aquellos que lean cada una de las frases (algo que parece que no está muy de moda hoy día. Las frases se miran, se recorren, pero no estoy seguro de que se lean siempre) los que tendrán que juzgar y decir sí o no, o ¡no se...! xD

Por último, esto de lo que hablo existe: sigo intranquilo respecto de las películas de Antonioni, la jodida primavera de Stravinsky, una peli en la que un amigo mata a otro en un desierto y todavía no se por qué lo hace, pero de alguna forma me resulta verosímil (creo que era de gus van sant o algo así), y de alguna forma siempre estaré encerrado en la zona de Tarkovsky, aturdido por el monolito (como tantos otros, película inmortal, seguro), viajando al instante con los pasajes de "Out of this world", siempre "More than meets the eye", comprometido con "I´m tired of being me" de Extreme, o cometiendo absurdamente un crimen y tragándome después el castigo.
Y muchos otros: La Princesa Mononoke sería el canon de un simulacro, Zaratustra que puede cambiar tu forma de ver la vida, ... Son sólo ejemplos, para cada persona la cosa cambia, pero quizás así queda más claro a qué me refiero.
¿no? pues venga, dame otra oportunidad y vuelve a leer desde el principio. A lo mejor si aún no lo aciertas será que tienes que darte la oportunidad a ti mismo.

sábado, 7 de febrero de 2009

Simulacro p53 - Muerte Celular Programada

Prólogo

Oscuridad y: una luz intermitente verde al lado de los restos de la cena en el suelo, un destello naranja cerca de su cabeza, otro led violeta al fondo, junto a la puerta; y la luz del interruptor que controla el resto de enchufes, ininterrumpida durante años. El mono de nicotina y cafeína no le deja dormir hasta más de las 9. Pronto, el café sopla vapor silbante y sus bronquios se abren ávidos del cóctel gaseoso mañanero. El reloj aguarda. Hoy: nada que hacer.

Se sentó con su café y con la nicotina todavía cosquilleante a ponerse archivos. Así pasaba la parte de la mañana que transcurría hasta su segundo cigarro, desinteresadamente enterándose de lo que ocurría en el mundo. Luego, pausadamente, saldría a comprar algo para almorzar con un segundo café y volvería a ponerse archivos hasta la hora de comer, la cual era bastante variable e incluso improbable. Seguramente mucha gente, "la gente", ya estaría esperando impaciente la hora del descanso de mediodía. Todos atascados por la mañana en sus coches, todos atascados en la máquina del café, todos atascados tras la comida, sin ganas de trabajar, y sus vidas atascadas tras la jornada, cabreados en los atascos, para cenar, dormir y atascarse otra vez.

En fin, una vida de la que no se siente partícipe ni responsable. Una sociedad que le había rechazado, o así la culpaba él, y que él mismo había rechazado, o así quería creerlo. Ni siquiera su familia, sus amigos, los más próximos a su persona, mostraban algún atisbo de comprensión. Todos deseaban, sin que él entendiera porqué, que llevara una vida como la del resto. Pero a él le pesaban las mentiras y los hechos, lo que ocurre en el mundo, la injusticia y lo grande que es el desbarajuste, ya imposible de mejorar. Siempre era lo mismo, y sin embargo siempre había promesas de cambio, de igualdad, de prosperidad y esfuerzo. Por qué si es mentira, por qué si hasta los que mienten saben que nadie les cree, sigue funcionando todo como si con sólo decirlo aquello fuera cierto. Eso quería decir que la mentira ya no existía, que todo era válido porque todo progresaría como en un canon: uno pone la palabra en boca de todos y todos la pronuncian después. La verdad es que no aguantaba esa hipocresía, que los odiaba y le repugnaban las personas. Además, tenía que soportar ser uno de ellos. Y sin embargo, qué maravillosa era la especie humana. No odiaba las personas, odiaba lo que habían construido, ¡no! odiaba de lo que formaban parte, odiaba la sociedad. Cómo iba a denostar lo complejo de los gestos o las acciones individuales; lo fuerte y, a veces, lo absolutamente mezquino que podía ser el hombre. Esas son cualidades de las que son esclavos y que les hacen grandes, porque se han ido diseñando a sí mismos, sin darse cuenta, para ser así. Quizás en esas formas de amor por lo que no es intencionado encontraba lo que le mantenía vivo y dispuesto a hacer el esfuerzo. Eran pistas que le llevaban a creer que al final todo despegaría y saldría de aquel estado decadente para volver a un punto en el cual la sociedad tendría que ser tan coherentemente imperfecta como el resto de las cosas, a la vez que comprensible, aceptable y justa. No podía ser el hombre tan especial como para acabar con todo, rompiendo con la tónica general de los hechos, y erigirse como el que esquivó la espiral abierta, trazando una recta con un sinónimo: fealdad. Y al final qué hacía él por todo aquello. ¿No estaba él trazando la recta al negar su papel en la sociedad? ¿No estaba él obsesionado con ser el hombre perfecto, en absoluto inintencionado, y eso causaba pena en quienes le tenían afecto? Estaba siendo el mayor de los egoístas pensando que sólo a él le pesaban las cosas. El problema residía en su propio espejismo nihilista y exagerada sobrevaloración de si mismo. ¿Qué le hacía superior al resto? Nada. Al contrario, no hacía más que tirar el ancla cuando los demás reman por él, siendo que deberían tirarle al agua.

El ruido del constante cambio (los coches que van y vuelven, las obras que necesitan nuevas obras al año siguiente, los niños que crecen, son castigados, lloran y maduran; las heces que se precipitan por las tuberías del edificio) le acompañan desde hace semanas en cada desayuno y en cada segundo cigarro. La tarde llega y se conecta a documentales y noticiarios: especies extintas grabadas en estado salvaje, guerras de marketing, asesinatos sin resolver, parejas que matan a sus hijos, hijos que matan a sus padres, enfermedades extrañas o granjas de moscas. La mitad ya los había archivado, la otra mitad eran más de lo mismo y el resto, lo despreciable, hechos sorprendentes pero intrascendentes. Pero el rato pasaba igualmente y casi disfrutaba más viendo lo repetido y bueno, que lo nuevo y, en general, muy malo.


MCP.

Suena el móvil. Se levantaría del sofá e iría a ver quién llama, pero seguramente fuera quien fuera no lo cogería. La lista de gente con la que no le apetecía hablar se había engrosado bastante y también lo había hecho el rango de horas en las que no le apetecía hablar con nadie. Pero recordó que lo había conectado al sistema de archivos, ya hace días, y que el buzón se abriría. Así que puso el canal local y escuchó los tonos hasta que se activó la línea. Era su padre. Quería pasar por casa y preguntaba si estaba allí. Así que dejó pasar cinco minutos y escribió un mensaje: "Estoy en casa, estaba en la ducha. Pásate cuando quieras." En seguida le respondió que estaba en el portal de su casa. Seguramente había esperado abajo pues ya se sabría lo del "5 minutos y luego mensaje". Así que resignado le aceptó la visita y esperó a que subiera con la puerta abierta, mientras se aseaba un poco. Llegó justo a tiempo para que su padre aún estuviera saliendo del ascensor.

Estaba como siempre: estado cabreado basal, mirada de desaprobación constante y cejas elevadas de resignación y escepticismo. Le habló de no se qué del trabajo y de como estaban las cosas, de la tía no se cual y de sus primos. Demasiado inapropiado venir sin un motivo concreto. Y por supuesto que lo había. Por un lado parecía estar comportándose de forma normal, pero en realidad había algo de culpabilidad y frialdad que nunca había notado en él. Sacó una carta de su bolsillo. Era pequeña, blanca y de papel. Ya había muy pocas de aquellas y sólo las instituciones administrativas estaban tan anticuadas como para seguir emitiéndolas, y cada vez menos. Había una ventanita transparente a través de la cual se leía su nombre y apellidos y su dirección postal. También se veían 3 letras, en grande y mayúsculas, con la insípida tipografía oficial: MCP. Miró inmediatamente a su padre que ya le estaba observando. Estaba claro que se la había mostrado de esa manera para que él lo leyera, para no tener que ser él quien le introdujera en lo truculento del tema. Ahora ya tenía valor para decir unas palabras.

- Nos la dieron ayer por la mañana. Ya nos habían preguntado si estábamos de acuerdo.

Dejó definitivamente la carta en sus manos. Él encendió un cigarro y notó como la ira ascendía por su cabeza como si estuviera cabeza abajo y fuera la sangre la que caía. Su padre miraba a otro lado, quizás no tan afectado como pretendía, como si ya esperara su reacción, mientras él se había levantado y daba vueltas, hasta dirigirse a la pared, en la cual dio una patada desde la altura de la cadera junto a un grito; sin palabra en su contenido, o al menos no inteligible. Se levantó su padre y se disponía a irse. Él no quería volver a mirarle o le mataría. De esta no saldría, no ahora que le odiaba tanto y que definitivamente le había confirmado todas sus sospechas: su hijo era un avergonzante fracaso para él. Antes de salir del salón hacia la puerta de la casa su padre le dijo:

- Por una vez, una última vez, haz lo correcto. De otra manera, el resultado sería el mismo para ti y mucho peor para nosotros.

El cigarrillo se consumía solo, ajeno al drama. De los ojos llorosos y el rostro rojo e hinchado de él sólo salió:
- ¡Lárgate, hijo de puta!

Y así se quedó un rato, hablando él solo, gritando de vez en cuando, como si su padre aún estuviera ahí, junto a la puerta, para escuchar lo que le tenía que decir. Todo lo que también él tenía que echarle en cara y por lo que debía ser él quien no merecía vivir.


Alternativa.

Las lágrimas y el odio dejaron poco a poco su rostro y se convirtieron en nerviosismo e impotencia. Se sentó y vió el cigarrillo apagado, con la ceniza imitando un cigarro entero, y, obviamente, encendió otro. Siempre acudía a los pitillos como excusa para pensar, como si le dieran un paréntesis, un margen de tiempo en el cual se concentraría en buscar una solución a algo en concreto. Al cojer el mechero vio una memoria en la mesa. No estaba allí antes, no era suya siquiera, así que la había dejado su padre. La conectó al sistema de archivos y en el título aparecía su madre. No estaba ahora para más sermones, necesitaba pensar por si mismo. Quizás huiría, se marcharía de allí y encontraría un lugar donde estar a salvo. Pero la última frase de su padre se le clavaba hasta el fondo y hacía resurgir atisbos de ira. Así que se recostó en el sofá para relajarse. Aún le quedaba más de la mitad del cigarro y comenzó a pensar en qué sitios sería posible quedarse escondido. Incluso podría haber más rechazados como él, proscritos todos. Pero parecía imposible, no había oído nunca nada sobre algo parecido ni le venía a la cabeza un sólo lugar donde no le encontrarían, tarde o temprano. Al rato se despertó mareado y por poco vomita en el sofá, así que fue todo a desparramarse por el suelo. Estaba muy cansado, no sabía qué hora era pero se fue desde el baño, tras enjuagarse un poco la boca, directamente a la cama.

Sentado en la cama miraba los cuerpos de otros que yacían dormidos por la habitación. No estaba tan mal aquello al fin y al cabo. Y a más de la mitad de ellos los conocía. Tenían conversaciones interesantes y se repartían tareas de vigilancia, de limpieza y de cocina. Allí podía además leer algún que otro libro que otros se habían llevado consigo al escapar de sus casas. Después de todo había encontrado un nuevo hogar y empezaba a pensar que, a pesar de las penosas condiciones, podía ser incluso un lugar más adecuado para él. Se sentía feliz. Los que se conocían eran antiguos compañeros de clase y curiosamente compartían no sólo recuerdos de la infancia sino también una relación que el paso del tiempo no había conseguido enfriar. Todos eran tal y como se recordaban unos a otros y cumplían el mismo rol que en el colegio, siendo un grupo sólido y diverso, en el que todos tenían cabida, voz y voto.

Un día estaba en un pasillo con Gemma. Las tuberías, que recorrían todos los techos de aquel laberíntico complejo industrial, les servían, oxidadas, de guía, delimitando los lugares donde habitaban de aquellos más fríos e inhabitables, por los que sólo paseaban en ocasiones para matar el tiempo. Hablaba con Gemma mientras andaban, hasta que oyeron ladridos. Al principio ténues pero luego más claros. Y gritos, con palabras de alarma en ellos contenidos, aunque no distinguía de quién ni de dónde provenían. Y echaron a correr. Gemma estaba muy asustada y le temblaban las piernas. ¿Nos han encontrado? le dijo. Pero él sólo pudo coger su muñeca y acelerar el paso. Comenzaron a bajar, y apenas llegaba luz en aquellos pisos. Llegaron a otra zona habitable, donde las tuberías dibujaban un esquema vágamente reconocible, y donde quedaban cuerpos destrozados contra la pared, en las esquinas y junto a las puertas. Seguían oyendo ladridos y se encontraron de pronto en un habitáculo completamente a oscuras. Allí se escuchaba la respiración muy fuerte de algo. Al principio pensó que era Gemma. Pero la tenía cogida de la mano y no creía que el sonido viniera de tan cerca, ni al lado suyo.

Se despertó atemorizado, sudando y frío, y se dió cuenta de que la respiración del sueño era la suya. Se incorporó un poco, apoyando la espalda contra la pared y la almohada. Cuando se había relajado lo suficiente vagó lentamente por la casa, con la mente en blanco pero con la sensación de que no necesitaba pensar más: debía llevarlo a cabo sin más remordimientos ni renconres, pues era la mejor solución. Así que se sentó en el sofá y conectó la memoria de su madre.


Fin.

Estaba ella ahí, de frente, con una de las camisas que llevaba siempre, con sus rasgos bondadosos y sus ojos tristes. Comenzó con algunas frases confusas a las que él apenas prestó atención. Abrió la carta de la MCP, donde había una cajita de metal muy plana y de apenas 1 centrímetro cuadrado. La abrió y contenía una oblea, con la dosis calculada propia de la MCP. Echó un vistazo rápido a los papeles que acompañaban a aquella cajita. Sólo le llamaron la atención las tres firmas: la del administrador, la de su padre y la de su madre. Pero esto no le hizo cambiar de ánimo. Se puso la oblea en el paladar y se recostó escuchando la dulce voz de su madre. Le dice que no le ha quedado otra opción, que es lo peor que podría ocurrirle a una madre, pero que para ella, él, es lo mejor que le ha ocurrido. Llora y comienzan a temblarle los labios al contacto con la primera lágrima. Sus pómulos se elevan hasta hacer que sus ojos tristes llorosos sean apenas una línea, y su barbilla, tensa, comienza a humedecerse. Consigue pronunciar aún así su nombre, el de su hijo, y le dice que no comprende sus sueños y su tristeza, su inconformismo; desea que alguna vez en otra vida, un último sueño (se detiene ahí, unos segundos, no pudiendo articular palabra), pueda alcanzar ese mundo perfecto que ella no ha sabido darle.

Él hace un rato que no escucha. Ha perdido la consciencia y su vida.

miércoles, 14 de enero de 2009

Simulacro 11 - Prólogo: Sur, Sal, Sol

Pequeña ventana del tamaño de un rostro. Apenas entra un rayo de sol incidente, cálido y notable. Las luces de bajo consumo hace tiempo que permancen encendidas largas horas del día en el sur. Granada está forrada de blanco todo el año no a más de unos kilómetros de la enorme lengua del glaciar Albatros. Los árboles son cuerpos negros, madera muerta, podridos, tuberías huecas de ramas asfixiadas. Sólo los pinos negros se mantienen vivos y proliferan por toda Europa, como un ejército invasivo que acabó con los eucaliptos gallegos años atrás y que acompaña a los habitantes de tierras cristalizadas del norte que migran hasta más allá de la frontera del sol de invierno. Las familias rara vez salen de sus hogares, cabezas de ojos tristes envueltas en forros voluminosos, y lo hacen para sufrir el viento gélido o para despedir a un pariente. Los niños son pequeñas sombras rara vez vistas en las calles, y cabizbajos se apresuran a volver a un hogar cuya puerta más concurrida a los juegos y a los amigos es la pantalla de un ordenador. También el desarrollo tecnológico hace años que se ha congelado.

Cristóbal tiene los labios secos y cortados del marino, si bien es por la escasez de agua dulce no desalada, por el viento cortante y porque lleva tiempo soñando con viajes por ultramar. Pasa largas horas por las tardes buscando diseños y leyendo documentos de buques, veleros, carabelas. Su colección de barcos se exhibe a la altura de los ojos, con velas henchidas a la fuerza, con sus cascos nuevos y ni rastro de haber navegado: algas, conchas, sal.

En la televisión se debate mucho de los viajes espaciales. Muchos fracasos ya y la órbita terrestre tan sólo ha sido aprovechada para ser copada de satélites. Basura de proyectos inacabados y fracasados flota también a la deriva. No hay ilusión ya en anillos solares, ni en modificar el filtro atmosférico a base de tratamiento químico, ni en misiones suicidas a la esfera solar con objetivo de revivirla. Tras siglos de investigación: nada. Los planetas siguen demasiado lejos y demasiado inhabitables. Apenas se ha hecho un rasguño en la gran barrera de la velocidad de la luz. Condenados a morir de frío a pesar de haber superado hambrunas y guerras, acuerdos y desacuerdos, de haber podido con la propia naturaleza humana siendo capaces de vivir en armonía unos con otros y con los ecosistemas útiles del planeta. El sol se apaga dejando millones de años de evolución orgánica en la retina negra y ciega del cosmos.

Las manos se hunden en el agua cristalina y temblorosa de un lago. Picos rocosos con trazas blancas sumergen sus crestas para alzarse luego contra el cielo azul brillante. A las manos le siguen los codos y luego el resto del cuerpo, hacia la profundidad. Traga hasta saciar su sed. Al fondo se ve una estrella, esfera luminosa y radiante de largos brazos como alfileres que atraviesan las palmas y cuya fuerza desconocida abraza el cuerpo y lo arrastra. Una burbuja surge del ente celeste y engloba al visitante que ya no respira. Es absorbido por el Heliozoo orgulloso que manda en las aguas quietas. La esfera vesicular se llena de aire y emerge en un bravo mar. Cuerpos de barcos en la distancia, inclinados a un lado y a otro rinden culto a la tormenta, con el velamen roto algunos, mástiles caídos, atravesados por rocas hechos astillas otros.

Cristóbal ha tenido un sueño y lo ha contado en su comunidad. De pronto respuestas inesperadas: uno, dos, tres, cuatro colegas han tenido uno parecido en la última semana. En común, salir a la mar, ir en busca del sol y saber el porqué, juntar todas esas tertulias entrecortadas de los foros en un objetivo. Verse las caras, cubiertas de barba espesa, en un viejo tugurio de puerto, tomar decisiones y dejar de divagar: ponerse manos a la obra.

Lisboa aprieta sus calles en un vago intento de retener el calor que le roba la desembocadura del río. El encuentro con la sal está teñido de sangre helada que resbala de enormes cetáceos que cuelgan asidos por las aletas por cables amarrados a brazos articulados en grandes grúas, algunas dispuestas sobre buques oxidados. Todo está listo en Belem. En la torre, rodeada del Tajo, donde originalmente estuvo, devuelta allí por nuevos temblores, como si no hubiera pasado nada, será su última noche. Un enorme velero, 1492, llena sus bodegas para un último viaje al futuro intemporal del último rayo de sol. Botellas de oporto vacías y velas fundidas hasta la base quedan en las mesas de madera de la torre defensiva manuelina. Cristóbal habla a su tripulación, ya consciente de que quizá no vuelvan a pisar tierra. Abajo, su esposa, perdida la expresión en cálidos días de años atrás; y sus hijos, muy juntos, enredados sus pelos lacados en sal, temblando de frío.

El mar es una criatura mansa hoy. Cientos de cuerpos gigantes se alzan de entre la capa de plancton, similar a una alfombra, mostrando aletas y barbas, y adentrándose de nuevo en el agua creando olas perfectas. En el cielo despejado reverbera la ténue energía monocromática -gris- del sol. Ya inmersos en sus tareas o sentados en la cubierta mirando la costa, los marinos se desperdigan por la crujiente madera del 1492. Las velas se hinchan y una bandera aletea nerviosa en lo alto diciendo adios al sur de Europa, ya apenas visible.

A cientos de nudos de allí la enorme esfera cae sobre las aguas que se apartan de su superficie elevándose y helándose, cubriendo el astro de olas cristalizadas que se cierran como los pétalos de una flor marchita. El sol se apaga dejando millones de años de evolución orgánica en la retina negra y ciega del cosmos.

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Inspirado por la música de The Drapery Falls - Blackwater Park - Opeth