viernes, 2 de julio de 2010

Simulacro 14 - La muerte de los longevos - I. Parafrenia

La vuelta a casa en verano supone unos cuantos días de adaptación al espacio. Uno siempre trae más cosas de las que se llevó. Y entre tanto ajetreo de ordenar, revisar y tirar a la basura muchos objetos y papeles del pasado uno siempre encuentra cosas que le traen recuerdos y otras que uno creía perdidas para siempre. Entre ellas he encontrado este verano 2 textos de cuando tenía 14-15 años, y que voy a pasar aquí, al blog de los simulacros, pues ya entonces tenían ese carácter estos escritos que me permitían matar el rato y liberar mi imaginación. Aquí viene el primero, que fue concebido, como tantos otros de mis simulacros, como un prólogo de una historia más larga, pero que, como siempre, se quedó ahí, aun conservando la característica falta de concreción pero unicidad de mis escritos. A pesar de que le encuentro, lógicamente, muchos fallos, lo transcribo tal cual lo he encontrado, palabra por palabra, puntos y comas. Cuando tenga tiempo, publicaré el otro, el cual presenté a un concurso y obtuve un premio por él (tercer puesto, para ser concreto), que en ese caso sí es un relato completo. Bueno, espero que os guste este Parafrenia.

--------------------------------------------------------

I. Parafrenia

Lo más parado que puede estar el aire es cuando se encuentra sin ningún otro tipo de molécula al lado. Pero el más leve indicio de movimiento convierte el más permanente reposo en una marea de agobiantes presiones.  Por lo demás, la habitación estaba compuesta por las cosas más comunes del planeta: vida, oxígeno, objetos y combinaciones varias que crean las diferencias entre las dos primeras para un sin fin de posibilidades a lo que hubiera sido una monótona relación coche-gasolina.

Sin embargo, el hecho de que el habitáculo se encontrara totalmente sellado y herméticamente aislado conducía a una inevitable cuestión. La de por qué iba a haber un núcleo cerrado de partículas combinándose entre sí interminablemente. No había respuesta, sólo la situación.

Él, mientras tanto, era víctima de todas aquellas presiones y mareas de aire en lo mezquino de su pose, tumbado recto sobre una tarima de madera sintética apenas un poco más rígida que él, y lo tenuemente iluminado de la alcoba. Poco a poco, se iba dando cuenta de que su propio dedo índice de la mano izquierda, que casi rozaba su ropa, latiendo en desconocido compás fuera de todo sentido del ritmo humano, creaba esa tensión en el enrarecido ambiente del cual aún podía respirar. Pero ese continuo flujo y reflujo de las constantes y palpitantes corrientes le subyacía de lo más oscuro de sus deseos, incontrolables al igual que el latido de su corazón y el ascender y descender pausado de su dedo índice de la mano izquierda que casi rozaba su ropa. Era una paranoia; podía levantarse y abrir la profundamente blindada puerta. No era una paranoia, era una posible realidad... irrealizable.

A medida que su dedo se movía a mayor velocidad por cada partícula de tiempo infinitamente más pequeña a la anterior que transcurría, su pulso vital era más sosegado, pero con una potencia que hacía que confundiera el propio palpitar de su interior con el paso de las lenguas de oxígeno gaseoso que le removían hacia lo más intrínseco de su ser. Pero lo peor comenzó cuando los flujos de aire se fueron volviendo más pesados pero a la vez más vacíos, y no notaba entrar aire en sus fosas nasales, sino un suave pero mortífero gas, el dióxido de carbono.

Los rayos de luz luchaban, aun sin esperanza, por liberar ese lugar de lo que le estaba ocurriendo, por abrirlo al mundo y dejarlo respirar nuevo aire, nueva luz y nuevas partículas que conformen las mismas combinaciones que para muchos son siempre distintas.