lunes, 1 de septiembre de 2008

Simulacro 10 - Mil moscas

Le gustó. Y le gustó demasiado. Hubiera subastado toda su vida para la beneficiencia, dijo, si con ello le aseguraran que iba a tenerla siempre. Y luego entró en ese bucle infinito. El Doctor Kanyhan vino a contármelo: en algunos casos, una especie concreta, sobre ciertos individuos, crea ese efecto autodestructivo. La aman con todas sus fuerzas y al mismo tiempo tienen una voluntad inquebrantable para dejarla.

Así que empezó a llenar su vida, su tiempo, con una única premisa: “en cuanto acabe con esto me pongo la dosis”. Y así una cosa tras otra. Comenzó por obsesionarse con limpiar. Quizá en ese momento debí darme cuenta. Me extrañó que ponía cosas que no hacían falta a la mesa, que usaba por lo menos 4 cuchillos distintos para cortar un filete, se lo comenté y me dijo que era una manía tonta que había cogido. Ahora pienso que luego cortaba trozos de pan tan pequeños para tener la excusa de no usar un cuchillo sucio, lo cual era un claro síntoma de que su cabeza no funcionaba como debía: con usar un cuchillo para la carne y otro para el pan hubiera bastado. Me ha dicho esta mañana que eso lo llevaba al extremo, que ensuciaba adrede para alargar el tiempo de recogida y limpieza a por lo menos el doble.
Bueno… comenzó a ocuparse de animales y plantas, me contaba que se había informado de este curso y de este otro, que salía a correr todos los días. Un día se entretuvo matando moscas con la punta de un paraguas. Eso lo supe porque me percaté de que el techo estaba lleno de agujeritos, no muy profundos, y me lo contó. Quizá de ahí le vino la idea, no en ese mismo momento, pero fue el germen sin duda.

Según él, estaba poniéndose archivos cuando se sintió como si no estuviera haciendo realmente nada. Es lo que nos pasa a todos, con todos esos anuncios y contenidos absurdos. Pero para alguien con su patología era fatal. Necesitaba una dosis; debía evitarlo a toda costa. Cuando notó que tenía que ir a evacuar se lo hizo encima, cogió los pantalones y los calzoncillos y fue dejando un rastro de mierda hasta la terraza. Así de fríamente me lo decía. Se divertía mucho recordándolo, de eso estoy segura. Aquella granja se debió quedar vacía, porque la mitad de la casa ha quedado completamente negra: todos esos cuerpos de moscas aplastados. Quise gritar. Pero él gritó mucho más fuerte cuando le cogieron para llevarle al hospital. Me explicó cómo aquellos bichos habían empezado a chupar y mordisquear. Maldita sea, se supone que las moscas no deberían tener ese tipo de dientes. Las heces debieron absorberse algo en su piel, porque las moscas se la habían arrancado a tiras. Tiras casi microscópicas, me dijo el Doctor, pero que dolían como si te hubieran cortado con cientos de ultramicrobisturís.

Ahora le van a obligar a tomar la droga. Perderá la obsesión, pero sus músculos irán degenerando hasta que no pueda respirar. Morirá asfixiado después de años poniéndose todos los días una piel artificial, quitándosela sólo para dormir en una tarima flotante, para que respire y se descame la de verdad.

Y ahora vienes a venderme no se que hostias. Iros a la mierda. Mi hermano lo que necesita es un borrado y a la chatarrería.” – Los ojos enrojecidos, a punto de estallar. Una lágrima hizo una travesía rápida hasta su barbilla.

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