lunes, 31 de agosto de 2009

Simulacro 5 - I. Viaje de negocios

Aquel café le estaba revolviendo las tripas. Peor aún, estaba dejándole mal sabor de boca y odiaba tenerlo cuando estaba en medio de una conversación. No hablando de nada serio. Simplemente pasando el rato. Pero era una incomodidad más sumada a la incomodidad general y nunca se le había dado demasiado bien tener un diálogo de aquellos de matar el tiempo, con los temas intrascendentes y aquellos silencios que, si bien ya había aceptado como algo inevitable, sobre todo considerando su propio carácter, nunca había conseguido llevar con tranquilidad. La Para estar callado siempre había preferido estar solo, porque así podía estar a lo suyo, en su ovillo, sus pensamientos, ya que habitualmente estos no tenían nada que ver con el momento ni con su contertulio. Y la verdad es que no tenía nada en común con este último. Sólo el trabajo.

Raimond era un inepto, pero al menos era bastante dicharachero. Cuando a alguien le fascina un tema, en ocasiones es un alivio, porque se da un monólogo apasionado que entretiene y que desintegra los minutos como si nada. Además, siempre cabía la posibilidad de que fuera un asunto realmente interesante y que uno no se había detenido demasiado a considerar. No era el caso, pero le resultaba muy cómodo tomar el papel del oyente atento y, por otro lado, podía tomarse tranquilamente aquel aberrante mejunje al que llamaban café en aquella aburrida estación espacial de plastiquete y colorines primarios, sin tener que mediar palabra. Así pensaba mientras desviaba la mirada de los pechos de la camarera que caminaba en el piso de arriba, o de abajo, según se mire, y cuyo generoso escote, producto de un uniforme coqueto y sugerente de la compañía de catering, pasaba ahora justo por encima de sus cabezas. Tras un fugaz gesto de asentimiento hacia su colega clavó su mirada ahora hacia lo profundo de la galaxia a través de la ventanilla. Fue consciente, extrañado, de que un nerviosismo leve había brotado en él.


Imagen de Jorge Cárdenas Aceves http://www.pintoresmexicanos.com/jorgec/

Entonces Raimond le advirtió de que el eje estaba girando y podrían observar al fin la faz del mayor gigante frío del sistema solar: Júpiter. Era su turno, y durante 2 horas tendrían ese magnífico privilegio, que luego pasaría a ser del siguiente módulo: el VI-A. No esperaba sorprenderse demasiado. Lo habían visto tantas veces en cientos de fotografías, vídeos, etc. Pero se encontró con la tentación de llevarse la punta de los dedos a la boca y mordisquearse las uñas, cosa que había conseguido evitar ya desde hace algo más de dos años. Dos años, 2 meses y 16 días: se lo propuso en aquel fatídico día, el 3 de marzo, en que ocurrió todo al revés, aunque nada de aquello fuera importante. Entonces se decidió a ser un perfeccionista, a comerse el mundo. Definitivamente, estaba inquieto, pero se contuvo. ¿Qué era aquel absurdo nerviosismo que le recorría ya todo el cuerpo, invitándole a levantarse? No entendía a qué se debía. Podía ser por la sensación de estar perdiendo el tiempo sin poder evitarlo, allí encerrado tan lejos de casa. Tal vez no había un motivo lógico, simplemente un momento de inquietud. Hizo ademán de levantarse y se sentó de nuevo. O probablemente algún efecto de los periodos de aceleración. Notó un sudor frío en la frente y parpadeó tratando de abrir los ojos al máximo durante un segundo. No, seguramente le habrían contagiado algún virus con el maldito aire reciclado. Se apoyó, conteniéndose y cada vez más pálido, con la cabeza en el brazo apoyado en la ventanilla, sintiéndose algo aliviado al concentrarse en el exterior, pero sintiendo a su vez ganas de abrirse hueco más allá de lo que le ofrecía el módulo. Quizás... quizás era la promesa de flotabilidad de aquella membrana negra alumbrada por doquier que absorbía sus pensamientos.



El módulo hizo su primera parada, más bruscamente de lo que uno esperaría, y eso le trajo de vuelta y comenzó a encontrarse mejor. Tenía ahora delante al segundo mayor astro del sistema solar. Se convenció de que la vista sí era impactante. Con un tercio del enorme cuerpo celeste ocupando todo su campo de visión podían apreciarse perfectamente las bandas de colores y sus remolinos. Pero en seguida se adueñó de su mente la inevitable crítica contra todo que le acompañaba siempre. Comenzó a lamentarse porque él hubiera preferido ver el planeta completo de un vistazo. Se dió cuenta y se dijo "No piensas más que tontadas, déjalo estar". Eso sí (continuó, sin darse cuenta, con su pesimismo) lo que le pareció una estupidez cuando vió el panfleto de la agencia de viajes fue el tema de los amantes de Júpiter. Siempre le parecía que era un tema sobreexplotado que al fin y al cabo había desvirtuado el auténtico valor que pudieran tener aquellos cuerpos muertos condenados a girar y girar en el espacio. Ya nadie buscaría un motivo a que aquella pareja muriera en vano. Lo habían convertido en un fenómeno turístico, en una visita obligada, en algo que contar al volver a La Tierra, sobre lo que en realidad no se tenía ni puta idea. Pero en el fondo lo que le jodía era que se estaban beneficiando de aquello y él no estaba metido en el ajo. A Raimond en cambio parecía emocionarle mucho el tema y, con un gesto un tanto infantil, acercó la cara agachándose un poco al nivel de la mesa para mirar por la ventanilla y señalar con un dedo puntiagudo, afeminado, una nimia sombra que paseaba ahora sobre el gigantesco cíclope.




Ahora los monitores de la sala mostraban un primer plano oscuro de los cascos. En efecto aquellos puntos negros de la lejanía eran personas. Llegó a apreciarse en la pantalla un poco del lateral de la visera negra de uno de ellos. El de la izquierda, era el de ella. Y entonces vieron a un hombre, un cuerpo reventado del que brotaba sangre, alejarse del aparato. De nuevo aquel fenómeno inexplicable. Por lo menos ya en 15 ocasiones se había suicidado algún infeliz en un intento de unirse a la triste procesión de aquellos astronautas célebres. En todos los casos eran actos calculados, planeados, concienzudamente preparados desde meses atrás. Pero ninguno había conseguido orbitar entorno al gigante con el desdichado matrimonio. Todos acababan sus días precipitándose hacia la superficie de Júpiter. En este caso, tras el rumor inicial que se alzó en la sala, el cuerpo muerto fue capturado por un brazo hidráulico y traído de vuelta. Ya lo habían advertido en los medios, que no se permitiría más aquello y todos los cuerpos serían recuperados con aquel mecanismo. En seguida calló el rumor y la gente siguió aprovechando los pocos minutos de que disponían para ver aquello.

Y ellos, inconscientes de que eran observados por turnos y de que incomprendidos desgraciados erraban una y otra vez en su salto al espacio, seguían su avance lento y cíclico. Negras siluetas enanas sobre el planeta, quizás en un horrible rictus sus rostros tras la visera, cogidos de la mano.


Io y Europa en doble tránsito alrededor de Júpiter.


El módulo giraba ahora y los del piso contrario se acercaban ya a las ventanas mientras Raimond trataba de seguir viendo la escena hasta el último momento. Para él en cambio fue un alivio volver a contemplar el negro espacio plagado de estrellas. Pero le invadió de nuevo aquella sensación de atracción, el nerviosismo que le advertía de que debía ocuparse de algo, como si aquello no estuviera vacío, sino al contrario, como si fuera a arroparle el negror que saturaba el entorno allí fuera, amenazante. Quizás era aquello lo que atrajo a los amantes y al resto a salir de las naves. Aunque algunos habían sido investigados y parecía haber cierto fanatismo paranormal en común. Quizás pensaban que junto a ellos encontrarían la paz eterna o que sus almas irían a parar a algún sitio inimaginable, que los amantes eran de alguna forma profetas y los que se unieran a ellos los elegidos. O quizás... quizás era la promesa de flotabilidad de aquella membrana negra alumbrada por doquier.

Consiguió liberarse de aquello, desviando la mirada al interior de la nave, y la vulgaridad del ambiente le devolvió su apatía, su frialdad y su desdén. En cualquier caso, aquel viaje estaba siendo una pérdida de tiempo y no creía que con Raimond de por medio fueran a conseguir cerrar el negocio por el momento. Dentro de un par de horas estarían ya de vuelta hacia La Tierra y se reunirían por fin con el directivo de la otra empresa en el restaurante de la estación. "Tómatelo como unas vacaciones" le dijo su novia. "Pues vaya mierda de vacaciones" pensó.

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